jueves, 24 de septiembre de 2009

Insaculados

Este mes, nuestro Ayuntamiento de Lérida entrará en la vorágine de consultas chorras acerca de la independencia de Cataluña. ERC, que cuenta con dos concejales de los veintisiete miembros que componen el consistorio, ha presentado una moción para que los mismos se retraten y den apoyo a aquellas entidades cívicas locales que planteen el tema.

Digo que es una consulta chorra, por el bombo que se dan los convocantes de este tipo de cosas, no porque no tenga su importancia o su aquel, que lo tiene. Y es que los de ERC saben muy bien que los ayuntamientos no pueden celebrar referendos sobre asuntos que no son de su competencia, y lo que estos llaman "derecho a decidir" no lo es.

Y aquí es donde viene la cosa chorra. O no.

Veamos, si no es un referéndum legal, no se puede utilizar el censo electoral, ni hay una junta electoral que vele por las garantías del proceso, ni interventores, ni nada de nada. Pero hete aquí que estos señores se nos ponen estupendos y osan hablar de mayorías, de comisiones evaluadoras, de transparencia del proceso, de escrutinios y tal y tal.

O sea, que yo me tengo que creer lo que dicen unos señores a los que le da igual nuestro ordenamiento jurídico, y tragar con que dejar votar a los de 16 años, a personas sin derecho a voto, y a que yayas simpaticonas guarden las urnas con el voto por correo en su casa, sea un ejercicio de madurez de la sociedad catalana.

Si no se usa el censo ¿cómo se sabe que una persona no vota varias veces? ¿Quién me puede asegurar que las urnas no venían ya rellenitas de casa? ¿O que no tiraban a la basura las pseudo papeletas que no les gustaban? (tal y como dijeron entre risotadas en la televisión... que no que es broma, si total para las que habrá...) ¿O que no hacían como en el parchís, me como una y cuento veinte?

Y así hasta el infinito.

Y ya que hablamos del "derecho legítimo que tienen una entidad, grupo de personas o colectividad ciudadana a opinar sobre cualquier cosa", ¿qué tal si les preguntamos a los papás de Lérida si quieren que su Ayuntamiento les insacule todos los años, allá por el mes de mayo, el de las flores?

Ah, que no saben lo qué es. Yo les explico.

Como resulta que no hay suficientes plazas de guardería, la Paería utiliza el muy tradicional y medieval método de la insaculación para dirimir qué niño va a tener plaza pública, qué niño va a ser cuidado por los abuelitos (si pueden disponer de ellos) o qué niño va a apoquinar para ser atendido mientras su papá y su mamá están ganándose el pan.

Se coge una bolsa con bolitas dentro, con las cifras del 0 al 9, se hacen nueve extracciones consecutivas, se obtienen las cifras entre el 000 000 000 y el 999 999 999, se divide el número por el número de solicitudes y se obtiene el cociente y el residuo de la división. ¡Y le ha tocado el perrito piloto, quiero decir la plaza, señora!

Fácil, ¿eh?

Ya puestos a votar, ¿por qué no sobre cosas que afectan de verdad a los ciudadanos y a su sufrido bolsillo? (el de los ciudadanos, ya saben, no el de la privilegiada casta política) ¿O es que aquí sí que tienen miedo del resultado?

Hasta les propongo la siguiente pregunta: ¿Está usted de acuerdo que el Ayuntamiento de Lérida le insacule al no haber suficientes plazas de guardería públicas?

Y por favor, publiquen las respuestas. No dudo que serán el verdadero sentir de la ciudadanía...

viernes, 18 de septiembre de 2009

Moción ERC

La AT Lleida de C's, manifiesta su total desacuerdo con la moción que presentará ERC de Lleida para que sea debatida en el pleno del Ayto, sobre la solicitud de apoyo por parte del mismo a aquellas entidades que deseen hacer "consultas populares sobre la independencia". Exigimos que detallen exactamente qué tipo de apoyo solicitan que aporte el consistorio, y recordamos que, muy al contrario de lo que declara ERC, ni este es un tema de "interés general para la población", ni hará nuestro "difícil presente económico, más rico, más vivo y más sólido". Así mismo lamentamos que partidos que tanto dicen desear "posibilitar el derecho legítimo que tiene una entidad, grupo de personas o colectividad a opinar sobre cualquier cuestión" imposibiliten la opción de que los padres catalanes opinen sobre la lengua oficial en la que desean sean educados sus hijos, demostrando que lo que realmente les mueve son sus propios intereses, no el de los catalanes en cuyo nombre dicen hablar.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Arenys de Menys

Poe su interés, y con su permiso, copio esta entrada del blog de nuestro compañero Miguel Ángel Ibañez, concejal en Gavá y miembro del CE. Ni que decir tiene que lo suscribo plenamente...

Para referirse a los últimos acontecimientos del día 13 sin perjudicar el buen nombre de Arenys de Munt y del conjunto de sus habitantes, habrá que buscar un nombre: mi propuesta es que sea Arenys de Menys.

Tras la pantomima del pretendido referéndum independentista y frente a la euforia de los sectores nacionalistas, a los demócratas nos queda un convencimiento triste y amargo: una votación que dé como resultado, para una cualquiera de las opciones propuestas, un porcentaje superior al 90%, sólo admite dos opciones:
La consulta es obvia y por tanto totalmente improcedente (no es el caso) ó las condiciones en que se ha realizado no reúnen las mínimas garantías democráticas.

En el caso de Arenys de Munt, estamos claramente en el segundo caso, y es que de entrada se ha establecido una edad mínima inferior a la admitida por la Ley Electoral, los organizadores no tienen capacidad legal para disponer del Censo, etc. y por si esto fuera poco, la Justicia lo ha declarado ilegal.

Además de los aspectos legales también los hay puramente políticos, y es que no se puede invocar a la democracia para imponer a los demás la opinión o pensamiento de unos cuantos, y es que el día 13 olvidaron por completo que la democracia exige que todas aquellas personas a quienes concierne una decisión, puedan libremente expresar su voluntad mediante el voto; cuando, como en este caso, sólo se permite votar a unos pocos con la intención de imponer ese resultado a los demás, estamos ante una tiranía.

Es de resaltar la pasividad de aquellos que deberían ser garantes de nuestra democracia y de nuestras libertades: ni el Gobierno Central ha movido un dedo, ni la Generalitat ha tomado cartas en el asunto: ¡Peligro! Podría perjudicarles, a los primeros de cara a los Presupuestos 2010 y a los segundos de cara al próximo Tripartito; estamos como siempre: lo importante es asegurar la poltrona y sus privilegios por encima de todo, al fin y al cabo, después del desastre de Cercanías, la misma gente que tardaba una hora más en ir al trabajo, les votaron más que nunca…. Un refrán catalán dice “mentre hi hagi burros anirem a cavall” (mientras haya burros cabalgaremos).

En estas condiciones el independentismo catalán se atreve, sin que nadie rechiste, a apelar a la libertad de expresión y a la democracia, presentándose, una vez más, como victimas oprimidas y como paladines de la libertad, contando para ello con la inestimable colaboración de aquellos Medios de Comunicación fieles al clientelismo subvencionado, que presentan la noticia como un ejemplo de democracia y el resultado como el acta que debe guiar a la democracia.

A los nacionalistas no les basta que los lobos guarden a los corderos, además exigen que se les considere a ellos los corderos y a los demás los lobos, de ese modo pueden justificarse y proclamar que los no nacionalistas son los opresores y totalitarios.

Para mí la pantomima del pasado domingo tiene una conclusión:

Hacer un referéndum democrático es algo más que una urna llena de papeletas.

Miguel-Angel Ibáñez
Secretario de Politica Municipal de C’s

jueves, 10 de septiembre de 2009

Echando sal a la herida

Hace poco más de trescientos años, la clase política catalana cometió el error más monumental, pernicioso y absurdo de su historia. Contra toda lógica, los dirigentes catalanes decidieron declararle la guerra tanto a Felipe V cómo al reino de Francia, por aquel entonces, la primera potencia militar del mundo y con diferencia.

Felipe, justo al principio de su reinado, se desplazó a Barcelona para jurar las constituciones y otorgar a la oligarquía local privilegios y prebendas como nunca antes habían disfrutado. La generosidad real no sirvió para apaciguar los ánimos de buena parte de los catalanes que veían con malos ojos que el nuevo rey fuera francés, y poco a poco, fue creciendo en el principado una corriente favorable al archiduque Carlos, candidato austríaco al trono y que por aquel entonces representaba los intereses de los aliados ingleses, austríacos y holandeses que, temerosos de que la alianza entre España y Francia desestabilizara el equilibrio de poder en Europa, decidieron ir a la guerra.

En 1705 ya se combatía por los cuatro continentes conocidos y era en Flandes donde ambas partes destinaron la mayor parte de sus recursos y donde la causa borbónica empezó a sufrir los primeros reveses militares de manos del duque de Marlborough. Los dirigentes catalanes, envalentonados por los éxitos aliados, creyeron ver una oportunidad inmejorable para pescar en río revuelto y empezaron los contactos en secreto con agentes británicos a ver que podían sacar si Cataluña se declaraba en rebeldía y entraba en la guerra contra los Borbones.

Inglaterra, deseosa de abrir un nuevo frente en el corazón de su enemigo, envió a un negociador, con la misión de ofrecer a los catalanes todo cuanto desearan a fin de permitir el desembarco de un ejército aliado en las costas catalanas. Sin duda, prometer el mundo resulta sencillo, y Mr. Crow consiguió el apoyo de los plenipotenciarios catalanes que salieron de la reunión exultantes al haber “arrancado” de su interlocutor inglés la promesa de que si las cosas iban mal y la guerra se perdía, Inglaterra garantizaría la conservación de las constituciones y privilegios de Cataluña. Lo curioso es que no se planteasen de qué manera pensaba la reina Ana de Inglaterra cumplir su palabra si caían derrotados.

La obsesión de los señores Perera y Peguera en la inclusión de dicha cláusula no era baladí, ya que el hecho de rebelarse suponía por ley que los juramentos constitucionales conseguidos de Felipe V en 1702 ya no tenían validez y que el rey podría derogarlos como toda ley ya que las instituciones catalanas estaban cometiendo en ese mismo instante delito de traición, y de lesa majestad.
La cláusula en sí, era una soberana estupidez, pero si los negociadores catalanes insistieron tanto es porque alguien, o algunos, en Barcelona, eran tan provincianos e ignorantes que creían que de esta manera podrían jugar a las grandes potencias sin temor a perder su estatus.

De ese modo, Cataluña entró en la conflagración sin ejército contra la mayor potencia del mundo, declarándose enemiga de todos los vecinos con los que tenía frontera, cediendo su territorio para que las grandes potencias se batieran desangrando al país y sometiendo a los catalanes a los horrores de la guerra. Y todo por una promesa vaga de anexionarse el Rosellón y de algún que otro barco más para comerciar con América.

Los privilegios, libertades y constituciones de los catalanes, o más bien de algunos catalanes poderosos, jamás estuvieron en peligro con Felipe V, y sólo la avaricia de la clase política catalana provocó una serie de decisiones fatales que desencadenaron en guerra, muerte y destrucción para el pueblo y pérdida de prebendas para quienes decidían su futuro.

Aunque parezca lo contrario, la guerra la ganaron los aliados. No fue una victoria absoluta, pero sin duda ingleses, austríacos y holandeses sacaron buena tajada de las negociaciones de Utrech. Respecto a Cataluña, que siempre había sido para los aliados un frente en el corazón del enemigo, una vez obtuvieron lo suyo, la dejaron a su destino.

De forma traumática, en 1713 la clase política catalana pareció despertar de su letargo, se dió cuenta que le habían tomado el pelo y se encontró enfrentándose sola y sin esperanzas a un muy enfadado Felipe V y un Luis XIV dispuesto a tomarse la revancha. Ya nada podía detener al ejército de las Dos Coronas. Sin posibilidades, lo más inteligente y humano hubiera sido reconocer errores y capitular, pero el último, más absurdo y más atroz acto de esta tragedia estaba por llegar.

Reunidos en la Junta de Braços, los dirigentes catalanes optaron por la “defensa a ultrança”. No cabía la rendición, la defensa se llevaría hasta el extremo, “cueste lo que cueste”. Y costó, vaya si costó. El asedio de Barcelona duró meses, la defensa fue feroz y el ataque implacable. Entre uno y otro bando fueron muertas más de 15.000 personas para al final, acabar capitulando en las mismas condiciones que podrían haber conseguido antes de la carnicería.

Dos años más tarde, el decreto de Nueva Planta ponía punto y final a la serie de acontecimientos desastrosos que se iniciaron en 1705. Un decreto consecuencia de los actos de los dirigentes catalanes y fruto de su mediocridad política. Fin de la historia… ¿o no?

Hasta la aparición del catalanismo político a finales del siglo XIX, la guerra de Sucesión y los hechos del 11 de septiembre de 1714 permanecieron en el olvido hasta que una cincuentena de jóvenes de la Unió Catalanista, depositaron flores en la estatua de Rafael de Casanova, conseller en Cap durante el asedio, como homenaje a los rebeldes catalanes en aquel conflicto. Sucedió el once de septiembre de 1901 y con este acto se abría el debate en el nacionalismo local sobre cual habría de ser la diada nacional de Cataluña.

Como sabemos, finalmente el “onze de setembre” se impuso como Diada. Doscientos años después, los herederos de aquellos políticos que llevaron Cataluña al desastre decidieron reabrir la herida, y cada septiembre de cada año, echarle sal para que no curara. La herida, piensan, sólo cerrará el día en que su proyecto político sea impuesto, el día en que consideren que Cataluña ya tiene su victoria para recordar.

Con ese fin se ha manipulado la historia, se ha presentado a Felipe V como agresor cuando fueron ellos quienes iniciaron las hostilidades, han mentido cuando han representado a Felipe como absolutista cuando en verdad les concedió mas privilegios que cualquier otro monarca en siglos, mienten cuando presentan a Rafael de Casanova como mártir, teatralizando año tras año la ofrenda de flores ante su estatua, cuando se sabe que durante buena parte del asedio permaneció agazapado y en lugar seguro, que ese once de septiembre recibió una herida leve sin mayores consecuencias, que a la entrada de las tropas borbónicas falsificó su acta de defunción huyendo de la ciudad disfrazado de fraile, y no para continuar la lucha en otro lugar de su noble causa, sino para inundar de cartas la secretaría del rey rogando el perdón y la recuperación de sus bienes. Casanova, el héroe, el símbolo, el mito, murió anciano, tranquilo, perdonado y leal a su rey Borbón en Sant Boi en 1743. Irónicamente, Casanova es sin duda el símbolo de aquella guerra. Perteneciente a la clase política que la había provocado, cuando ésta se perdió y con suma habilidad, se las apañó para asegurarse su seguridad física, material y económica, mientras que su amada Cataluña quedaba hecha un desastre. Sin duda, es para echarle flores y de paso, darle la vuelta al ruedo.

Lamentablemente, hoy nada ha cambiado. La clase política catalana, forjadora de un Estatuto constitucionalmente infumable, se empecina en pasarse la legislación vigente por las Termópilas aunque saben que no pueden hacerlo. Como aquel entonces, se comportan como un niño de escasas luces y nulo sentido del trabajo que ha sacado un cero redondo en un examen y se pasa media vida echándole la culpa a los profesores argumentando que le tienen manía. Lo peor de todo es que si no han aprendido a reconocer los errores cometidos hace trescientos años, pocas esperanzas quedan de que acepten la decisión del Constitucional y comprendan que las reglas del juego son para todos, ya que las consecuencias de sus actos, también lo son.

miércoles, 9 de septiembre de 2009